“Trump inauguró una nueva era política en el mundo, no solamente en EE.UU., y Brasil importó todas las lecciones de Trump”, argumenta Natalia Viana para dar inicio a una charla que sucede solo unos pocos días después de las elecciones generales de Brasil, donde Lula da Silva obtuvo la victoria ante Jair Bolsonaro. Esto como respuesta a la pregunta de Jazmín Acuña sobre lo que está pasando en Brasil y sobre cómo fue para Natalia trabajar durante años tan sensibles para un país tan importante para la región y para el mundo.
El análisis de Natalia se informa de su carrera de veinte años en el periodismo. Es cofundadora y codirectora de la Agencia Pública de Periodismo Investigativo, la primera organización sin ánimo de lucro de su tipo en Brasil, fundada y codirigida por mujeres. Como reportera y editora ha cubierto asuntos sociales e internacionales y es autora y coautora de cuatro libros sobre violaciones de derechos humanos. Esta trayectoria ha sido reconocida con diversos premios de periodismo, entre ellos, el Premio Vladimir Herzog de Derechos Humanos (2005 y 2016) y el Premio Gabo en la categoría de texto (2016). Además, recientemente ha culminado una estancia como becaria de la Fundación Nieman para el Periodismo de la Universidad de Harvard.
“Hoy día, la tendencia es que los gobernantes gobiernan a través de las redes. Ya no se hace política sin redes”, continúa explicando en referencia al fenómeno que figuras como Trump y Bolsonaro son el mejor caso de estudio. “En las redes, por la manera como la plataformas funcionan y se niegan en ser reglamentadas, pasan dos cosas. Por un lado, que los discursos más estridentes se amplifican, y por el otro, que las redes se aglomeran, se clusterizan. Para un presidente, para un político, es mucho más importante movilizar a la gente todo el tiempo que hacer política tradicional. Entonces, lo que cambió es que Bolsonaro inauguró una era del populismo digital pero también de la política en el digital, y eso todos los gobernantes van a tener que descubrir cómo manejarlo”.
Agrega que si bien debe problematizarse y exigirse a las plataformas que incorporen reglamentaciones contra la desinformación, ya no se puede hacer política sin tener en cuenta el espacio digital. “Una de las cosas más importantes que hacen las fake news es que permiten a la gente participar en la democracia, en las conversaciones públicas, en la política. Estamos una era donde cada uno es sujeto, tiene sus alianzas de discusión, de influencia. La política institucional no acompañó este cambio. Bolsonaro supo utilizar eso manteniendo a todos políticamente activos todo el tiempo; claro, diciendo tonterías. Pero el hecho es que ya no se va a poder gobernar sin el digital y sin dar mucho poder de voz a la gente. Lo que la gente clama ahora es ‘queremos participar, queremos ser escuchados’. Bolsonaro lo hace de la manera más antidemocrática’.
Reinventar el periodismo
“¿Cómo respondemos a ese espacio que están dando estos movimientos para que cualquiera diga lo que diga? ¿Cómo hacemos cuando decir lo que uno quiere puede ser racista, puede ser odio? ¿En qué lugar nos pone a los que defendemos derechos y hacerse cargo de lo que se dice?”, son algunos de los desafíos que interpelan a Jazmín como editora de El Surti. A lo que Natalia responde:
“Una investigadora americana que estudia la desinformación, me decía en un contexto específico: Mientras las redes de desinformación son participativas, el periodismo sigue siendo unilateral, y los periodistas siguen mirando la información como si fuera unilateral. Nosotros sabemos las cosas y las compartimos con la gente y la gente tiene que quedarse callada y aceptar. Claro, en la Agencia Pública hacemos periodismo bien tradicional, ustedes en El Surti tienen una visión más evolucionada en ese sentido de cómo es el periodismo hoy día. Pero yo creo que el periodismo tiene que reinventarse completamente. Yo no creo que ningún medio en todo el mundo logró hacer el cambio”.
Reflexiona que mientras la mediación de lo digital ha cambiado las formas en las cuales las personas perciben su vida, consumen los chistes, ven el mundo e imaginan el futuro, el periodismo aún no ha encontrado la manera de conectar con estas nuevas percepciones. Sin embargo, en ese camino de búsqueda y exploración incierta, hay una cosa clara para la codirectora de Agencia Pública: ya no se puede hacer periodismo unilateral.
“No se trata solo de escuchar a la audiencia, hay que crear maneras para que la audiencia participe, y al mismo tiempo educarla… Pero no dentro de ese modelo donde nosotros [los periodistas] somos los que sabemos, hay que construir el conocimiento conjuntamente… Entonces, tenemos que disputarnos la atención de la audiencia con un montón de empresas, pero también con un montón de movimientos que quieren llevarlos hacia otro lado”.
Periodismo en tiempos de influencers
En las últimas elecciones presidenciales brasileñas, el rol de los influencers adquirió protagonismo, “como Felipe Neto, que ayudó a desmentir un montón de bulos”, menciona Acuña y pregunta a Natalia su postura frente a estos generadores de contenido que interpelan la práctica periodística. La respuesta que Agencia Pública encontró es aliarse a los influencers a través del proyecto Reload, que lanzaron en 2020.
“En Brasil, los influencers son mucho más leídos que los periodistas porque tienen un lenguaje, porque escuchan a la gente, porque tienen un manejo completamente diferente. Pero, lo opuesto también sucedió en Brasil, los influencers vieron que deberían empezar a educarse, a hacer alianzas, pero también abrazar y empeñarse en la lucha para que se derrote el bolsonarismo. Tengo un sobrino que creció con Felipe Neto haciendo cosas de juguetes… Pero cuando ganó Bolsonaro, Felipe se empezó a educar, se afilió a la campaña de Lula y se volvió super relevante. La otra que se volvió super relevante Es Anitta, la cantante brasilera que es muy conocida en Latinoamérica. Después de que ganó Bolsonaro decidió educarse, se unió a otra influencer de izquierda, y fueron fundamentales en las elecciones”.
Mientras los influencers triunfan a la hora de conectar con una audiencia desde la emoción, el periodismo se enfrenta al desafío de encontrar las estrategias que funcionen a la hora de comunicar información veraz. En ese sentido, Jazmín menciona que se resaltan las limitaciones del fact-checking al carecer del factor emocional. Entonces, ¿cuánto sirve la verificación de datos efectivamente a la hora de desmentir desinformación?
“Tengo mucho que decir sobre eso, porque nuestro medio fue el primero en hacer fact-checking en el 2014, y en el 2018 percibimos que no bastaba … Las fake news ya no eran algo que sucedía aquí y allá, sino que se montaba una industria y se usaba la desinformación como un arma política fundamental para el bolsonarismo, fundamental para mantener a su base enamorada de él… Desde ahí, empezamos a analizar, a intentar comprender qué redes eran esas, quién las financiaba y cómo, qué historias sacaban, y cómo impactaban en la opinión pública. Hubo un gran salto nuestro como investigadoras de comprensión cuando empezó la pandemia. Porque en la pandemia, una vez más Bolsonaro siguiendo a Trump, se volvió un negacionista… Él trabajó para crear una duda, un disenso, que es lo que hace siempre. La duda es necesaria para esto… Fue super bien logrado: al final perdió las elecciones, pero Brasil fue el segundo país, después de Estados Unidos, con más muertes por Covid.”
El proceso funciona así, de acuerdo a Natalia. Se crea un hecho político que no existe, por ejemplo, Bolsonaro movilizando movimientos contra la cuarentena en diferentes ciudades. “En esos coches no había mucha gente, pero eso se amplifica en las redes y al final el mensaje lograba insertarse a nivel público”. El peligro de la desinformación como estrategia del bolsonarismo es que crea realidades que tienen un pie en lo real, se amplifica en lo virtual, y luego impacta en la realidad. Es por eso que Natalia sentencia: “El bolsonarismo crea realidades. Sin redes, no hay bolsonarismo. Las redes de desinformación son necesarias”.
Resalta que una falacia en la que se sostienen las plataformas es que decir que son la plaza pública mientras actúan de forma opuesta. “Son empresas americanas que están aquí, en Brasil, utilizando las mismas visiones de Estados Unidos”. A esto agrega que, a la vez, las plataformas se benefician de la desinformación. “El sitio que más invertía previo a las elecciones es un medio que crea documentales falsos para decir que no hubo dictadura… Ellos pagaron a Facebook 2 millones de dólares… Las redes quieren democracia, pero sin rever su modelo de negocios, un modelo que se sostiene en que se publicar lo que sea, incluso mentiras”.
“El último informa de Reuters dice que las audiencias jóvenes, por sobre todo, quieren saber qué pensar, no solamente información, ¿cómo se responde a esto?”, reflexiona Jazmín. Para Natalia, la generación X ha superado cuestiones como el racismo y el machismo, pero no consumen noticias o muestran poco interés en política. “¿Cómo trabajamos en involucrar a esta gente e interesar en política? Es un desafío para los medios, para lo que todavía no tenemos respuesta”.
Finalmente, en el case de diversidad e identidades, que está al centro de las campañas de desinformación que hablan de “ideología de género”, hay un doble desafío que superar: “Por un lado no se puede censurar a la gente, porque es antidemocrático y la gente lo que quiere es participar. El otro problema es la tentativa de sacar de la gente su historia propia … Hay que aprender a decir que no estamos errados, y aprender que alguna gente va a transicionar y otra que no; pero hay que hacerlo de un modo suave. Excluir a las personas de la conversación ha hecho daño… La mejor política es la alianza con tu adversario. Porque la política, al fin y al cabo, es el arte de la negociación”.