A la directora del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) y maestra de la Fundación Gabo no le da miedo reir. María Teresa Ronderos no tuvo mejor forma de demostrarlo que tomarse con risas las dificultades técnicas que acechan cualquier videollamada que se realiza en Latinoamérica. Capaz por eso los latinoamericanos preferimos conversar por chat, como hizo notar.
Y esos chats, en todo ese tiempo que pasamos en redes sociales, son un torrente donde «fluye el periodismo de calidad, la propaganda oficial, el extremismo, los trolls, las falsedades. Todo fluye en el río que pasa por ese aparatito llamado celular», dice la maestra.
Es un río que acabó con el reinado del periodismo sobre las audiencias. «Tenemos que convencerles que en esta marabunta de información merece que nos den su atención», subraya, porque «con Internet el periodismo ganó como nunca. Tenemos más fuentes para investigar que antes. Pero perdimos como siempre: nos quitó la plata.»
An Xiao, investigadora y tecnóloga, propuso usar memes o su lógica como posible solución al desafío de ganar atención en la primera charla magistral. Joe Sacco destacó el valor de la ilustración y la imagen para contar historias difíciles y conmover en la segunda. María Teresa Ronderos, que de periodismo serio sabe – acaba de ganar el Premio Ortega y Gasset por liderar la serie Transnacionales de la Fe, una investigación con 16 medios, incluyendo a El Surtidor – cree, sin embargo, que para realizar ese periodismo serio es necesario no tomarse muy en serio. Ronderos por eso le dedica toda su charla magistral en Latinográficas al humor.
La periodista colombiana, que escribió un libro entero para analizar el trabajo de caricaturistas políticos de diferentes épocas de su país, nota que hoy cualquier ciudadano puede dar sus opiniones políticas en Internet. «Pero es el periodismo el que se quedó con la tarea de pedirle cuentas al poder. A diferencia de los ríos de la opinión, el periodismo busca la verdad con método». Enfatiza la necesidad de un periodismo que hable de lo que no se habla en redes sociales. Temas tabúes, «porque en esos tabúes hay gente sufriendo».
Y nada ha sido más efectivo para hablar de tabúes como el humor.
Lo que tienen en común el humor y el periodismo
Existe un miedo en el periodismo, reflexiona María Teresa, de que usar el humor puede ir en desmedro de la seriedad con la que se toma nuestra labor. Pero para ella, por el contrario, es el humor el que podría ayudarnos a encontrar nuestro nuevo lugar en el mundo, uno donde seamos iguales a nuestras audiencias y podamos ayudar a alimentar sus búsquedas de la verdad. El periodismo necesita involucrar al humor, dice ella, porque nos ubica cercanos a las audiencias, nos baja de ese lugar «importante». Es ese lugar importante donde el periodismo suele ubicarse el que que afecta a los medios tradicionales según Ronderos, que desprovistos de la publicidad no logran generar que las audiencias se preocupen por su existencia y paguen por el trabajo. «La gente siente que sus gobiernos y los medios son demasiado lejanos».
Y así como es un gran antídoto para que el periodismo se baje del atril, también el humor es un arma para apuntalar la tarea de pedir cuentas al poder: «Periodismo y humor son vacuna contra la excesiva importancia que se dan los personajes públicos. Hay cultura oficial, pero no hay humor oficial. El humor está siempre del otro lado. Es irreverente, no es de rebaño».
Cita a Martín Caparrós, que decía que en estos tiempos el periodismo casi se convirtió en decirle a la gente lo que no quiere saber: la pobreza, las guerras. Incluso, luego de meses de pandemia sobre la covid. Sin embargo, «el periodismo está ahí, diciendo: disculpe, a usted le toca saber». Haciendo un paralelismo, Ronderos dice que al humor «no le basta con ser crítico, independiente y valiente: tiene que ser veraz. No hay humor mentiroso. El humorista no puede mentir porque la mentira no produce risa: la risa es el choque inesperado de una verdad que no habíamos visto. Lo mismo el periodismo».
El humor tampoco funciona sin complicidad. Guiña el ojo, dice Ronderos. Es con la cultura y con el contexto que uno completa el chiste. Por eso traducir un chiste es tan difícil. «El periodismo en la era digital debe aspirar a lo mismo, no a contar toda la verdad, sino sugerirla y que la audiencia la complete», cree la maestra colombiana.
La síntesis de Ronderos es que «el humor subraya al buen periodismo en todos los sentidos. Que aclare y que explique, que contextualice, que investigue y pida cuentas al poder. Y lo crucial: tiene más chance de enganchar a más gente».
En esa mímica de lo que funciona con el humor, Ronderos ametralla con ejemplos de por dónde podríamos empezar a aprender: la calle. «Aprendamos del graffitti, los memes, de la poesía, las canciones, los letreros». Y enfatiza: menos palabras oenegeras, por favor. Como el humor, «el periodismo innovador crea un instantánea complicidad». Y capaz sea esa complicidad la que salve el futuro económico del periodismo. «Que la gente sienta que un medio está de su lado.»
El otro miedo real es el límite ético del humor, o si tal cosa existe. Dos ejemplos de las becarias de Latinográficas se refieren a cómo encarar un Charlie Hebdo o los chistes machistas.
En el caso de Charlie Hebdo, el semanario satírico francés, piensa que «es un humor brutal», que a ella le espanta pero que a alguna gente le gusta. «Y muchas veces, con esa manera brutal dijeron muchas verdades». Su reflexión sobre los chistes machistas tiene que ver con los tiempos culturales. «Hay todavía mucho machismo, así que todavía muchos varones y mujeres se reirían. Pero cuando la cultura cambia, ya no es chistoso. Si veo una caricatura contra una persona negra hace 70 años, ahora ya no es chistoso», le responde a una becaria.
María Teresa Ronderos no es partidaria de prohibir. «Porque cuando lo prohibes lo conviertes en tabú. Es el drama del political correctness (corrección política) de los gringos. De no dejar que la transformación cultural haga su trabajo. Todo el racismo reprimido estalló con Trump».
Para ella, «el humor tiene que ser incluso más libre que el periodismo. Porque es el único respiro que tenemos».