Joe Sacco no cree que deba tomarse mucho esfuerzo para explicarle a alguien que los cómics pueden narrar realidades difíciles y serias. Para el periodista gráfico nacido en Malta y criado en Australia antes de vivir en Estados Unidos, esa es una pregunta ya respondida por Art Spiegelman en su libro Maus, que narra las vivencias de su padre judío polaco en el Holocausto. Es lo que al menos le dice a la editora de El Surtidor, Jazmín Acuña, al principio de una entrevista de una hora y media para la segunda charla magistral de Latinográficas, en la que participaron las becarias del programa de periodismo visual via Zoom, además de unos 100 espectadores de diversas ciudades.
Sacco quería ser un periodista normal. Se recibió como tal en la Universidad de Oregón en 1981. Pero no consiguió ningún trabajo interesante. Encima, estaba enojado con el oficio. «Originalmente el motivo por el que empecé a fijarme en temas como Palestina – que no es un tema popular en Estados Unidos aún hoy, señala – es porque viviendo en ese país pensé que los palestinos eran terroristas. El periodismo norteamericano nos decía eso. Estudiando periodismo, no me habían dado un panorama al respecto. En un momento empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando y me enfadé».
Con su propio dinero, entonces, viajó a Gaza para «ver lo que los medios no estaban contando, quería saber lo que la gente allí contaba que sucedía». La idea era un simple diario de viaje. «Pero mi periodista interior» acusa, se mezclaron con sus habilidades de ilustrador. Y terminó convirtiendo en dibujos esos reportajes. Joe Sacco dibujó a mujeres cuyas casas habían sido bombardeadas. A agricultores que perdieron sus cultivos. Dibujó los mercados y los hospitales que terminaron dando forma a «Palestina».
«En el cómic intentamos crear un entorno a través de muchos mensajes. Me preocupa que el lector se encuentre en un momento particular y un lugar particular. Si está en Gaza, me preocupa mostrar en panel y panel el tráfico. Y esas imágenes penetran en el subconsciente».
Para Joe, el periodismo gráfico da una oportunidad única para llevar al lector en un viaje junto a la persona a la cual se entrevista. La posibilidad de «contar algo que sucedió hace diez años, con investigación y las preguntas visuales adecuadas. Nos convertimos en los ojos que están viendo una escena que no se vería de otro modo».
No es una oportunidad que cueste barato, sin embargo. Para Sacco, cada proyecto puede tomar cuatro, cinco años. Su método de trabajo es estar en campo un par de meses entrevistando, documentando lugares y personas con fotografías, sumando algunos bocetos. «Si te convertís en periodista, en parte es porque te gusta hablar con la gente», acota, pero la labor de dibujo posterior «es un proceso lento, para hacer honor al respeto que el tema se merece», explica.
Narrar el mundo a través de ojos imperfectos
Joe Sacco no tiene redes sociales. Aunque haga chistes diciendo que en parte es porque es demasiado «viejo», su reflexión ulterior toca una fibra: «Me gusta estar en mi cabeza y leer. Lo que los libros nos pueden dar. No me gusta distraerme de ello. He visto lo que son las redes sociales, lo que crean. Y tengo un ego que se puede lastimar», admite.
Entonces, ¿piensa que el periodismo gráfico puede combatir la desinformación allí?
«Solo si la gente que lo hace es sincera», responde. «El periodismo gráfico bien hecho, bien pensado, puede resonar con el lector». Para Joe, aunque es posible emocionar con un texto en prosa, la búsqueda de imágenes «es natural para nuestras inclinaciones humanas».
Joe Sacco no es un relator omnisciente. Aparece al lado de sus entrevistados, recorre los paneles. Cuando Acuña le preguntó por qué se dibujaba a sí mismo, respondió que era porque no le parecía tan importante la idea de ser objetivo. «Uno tiene sus propios prejuicios y simpatías. El periodista debe descubrir cuál es su ecuación. Debe ser honesto. A mi me interesa más la honestidad que la objetividad».
Sacco explica que dibujarse a sí mismo es su manera de ser honesto: «Al dibujarme a mí mismo, le digo al lector que está viendo la historia en mis ojos imperfectos. No con los ojos que ven todo, como los de un Dios».
De Palestina, su primer trabajo, pasando por Bosnia, a su nuevo libro, titulado Paying the Land, que trata sobre la lucha de las comunidades indígenas en Canadá, Sacco parece destinado a contar historias difíciles. Porque para él «el periodismo es un llamado. El periodismo gráfico es parte. Es el trabajo de un misionero». Sacco es un misionero que no se deja deslumbrar por el imperativo de imprimir esperanza en sus relatos. Por el contrario, cree que la esperanza puede desarmar. «A veces es tan difícil como parece. Y el primer paso para tomar acción es entenderlo y admitirlo». Para él, el trabajo del periodista es contarle al lector lo que pasa en el mundo de la mejor manera posible. Contarlo, haya esperanza, o no.
Lo que conlleva desarrollar un compás de qué tanto se permite sentir y preguntar. Demasiadas veces hemos visto como el micrófono acorrala a una persona que sufre en nombre de «tener la historia». Lo importante como periodistas, piensa Sacco, es evitar lastimar a las personas. «Con el poder del dibujo podemos mostrar los momentos más terribles. Y de ese poder no debemos abusar».
A su vez, ese cuidado con la salud mental ajena a veces es más difícil trasladarlo al autocuidado.
Ese destino de contar historias difíciles, confiesa, lo afectaba. «Ya no quería hacer reportajes sobre guerras y conflictos. Por eso me fui a reportar sobre los indígenas de Canadá y la crisis climática».
Pero allí se dió cuenta que no podía escapar del conflicto. Se encontró con el colonialismo, un trauma que persiste en las mentes de los pueblos indígenas canadienses, obligados a «campos de reeducación» en el pasado, con sus comunidades y culturas resistiendo los intereses de mineras y petroleras en Canadá.
Su nuevo libro Paying the Land también le recordó la importancia de no dejar de sorprenderse, algo que aprendió con autores como George Orwell y Hunter Thompson, a los cuales cita con reverencia. Paying The Land no solo es una nueva historia. Es sobre escuchar muchos conceptos con oídos diferentes. «La relación de los pueblos indígenas con la tierra es totalmente diferente».
«Entonces me di cuenta que aunque quisiese dejar de hablar sobre violencia, terminamos hablando al final siempre sobre violencia».
«Y lo he aceptado», dice, con una sonrisa.